En Szymborska uno lee tramas que son destinos. Como si a cada anécdota la precediera una hipótesis y el poema fuera su demostración. El efecto es contrario a la perplejidad.
Hay cuentos diminutos y hay parábolas; en casi todos los poemas existe un desenlace: textos tan escritos como una narración. Por algo es tan certero aquel poema “Miedo escénico”, en el que Szymborska se burla de la denominación “poetas y escritores./ Porque así es como se dice./ Los poetas entonces no son escritores, sino qué”. La solución se halla en la ironía misma, lo cual ocurre una y otra vez en la obra de Szymborska.
En “Los dos monos de Brueghel”, a la pregunta por la “historia de la gente”, uno de los monos encadenados a una ventana “sopla la respuesta/ con un discreto sonido de cadenas”; en “Noticias del hospital”, junto a la cama del enfermo, alguien se interroga “¿quién se le muere a quién?”, luego contempla tres lilas en un vaso y baja corriendo por las escaleras del hospital; en “Elogio de mi hermana”, la poeta cuenta “mi hermana no escribe versos/[...] En muchas familias nadie escribe versos”, pero su hermana cultiva “una buena prosa hablada” y le manda postales
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